Un sistema de premios sin castigos

Un sistema de premios sin castigos

Un sistema de premios sin castigos 1024 680 IMEF

Un sistema de premios sin castigos

Cuando se reflexiona sobre la figura de los maestros y la importancia de su rol en el desarrollo de las sociedades suelen instalarse algunas preguntas que parecieran encontrar sus respuestas únicamente en teorías muy alejadas de la realidad del aula. Pero ¿qué hace que algunos maestros logren ser tan reconocidos por sus alumnos? Existe multiplicidad de respuestas pero podríamos iniciar aquí, una simple y breve reflexión.

La vida de un maestro depende de la existencia de sus discípulos. Es el vínculo con su discípulo lo que hace posible que la figura de un maestro resplandezca e ilumine a su vez la oscuridad de ciertos momentos. La conexión entre maestros y discípulos se construye a partir de los diálogos y es la conversación entre unos y otros el espacio en el que se plasma uno de los misterios más ricos de este vínculo: la transmisión.

Nuestros maestros son personas esenciales en la vida de cada uno de nosotros porque son capaces de permitirnos crecer, progresar, elevarnos a partir de lo que nos entregan en cada encuentro. Permanecen en el interior de la personalidad del educando a lo largo de toda la vida. Para lo bueno o para lo malo.

Bien sabido es que la tarea del educador no consiste sólo en transmitir los saberes elementales de las diferentes áreas sino en contribuir a la orientación de la personalidad de los educandos en muchos aspectos de la vida misma. En los primeros niveles, el maestro complementa la formación recibida en el hogar. Más adelante, en el ciclo secundario o superior, plantea su enseñanza en un contexto de encuentro entre generaciones. Es fundamental que efectivamente se establezca ese espacio de comunicación, de diálogo de generaciones y que el diálogo sea promovido por el maestro. En eso reside principalmente su tarea: en estimular en los alumnos el amor a la verdad, a la búsqueda de la verdad.

La verdadera reforma educativa, el éxito de la tarea escolar depende de que se establezca correctamente esa relación natural e imborrable entre el maestro y el discípulo. Radica en la presencia y la labor de buenos maestros.

El alumno necesita del maestro. Quien aprende necesita de quien enseña pero, para influir efectivamente en la conducta del otro, se deben entender sus necesidades. Si bien, en toda relación de enseñanza – aprendizaje existe primariamente una necesidad de desarrollar el potencial y convertirse en lo que uno es capaz de ser, esta conlleva precisamente otras necesidades propias de cualquier etapa de búsqueda.

Trabajar la enseñanza desde la autoestima, la autovaloración, la seguridad y la confianza es el primer paso para anular la inseguridad que provocan las incertezas propias de la falta de conocimiento.

La consideración y el elogio de los pequeños avances vislumbrados acaba siendo el mejor de los incentivos. Muchas veces buscamos en complejas metodologías o costosos recursos, los medios para influir positivamente en el ánimo de nuestros alumnos, para impulsarlos a efectuar aquello que deseamos que hagan sin presentar oposición. Pero ¿cuántas veces nos detuvimos a pensar en el clima de trabajo logrado en el interior de ese grupo que integramos todos: maestro y alumnos?Desterrar el sistema del castigo, la amenaza, la burla, el sarcasmo, la ironía y la intimidación, generando un clima de armonía y respeto mutuo, son los pilares fundamentales para el verdadero aprendizaje.

Para abordar esta propuesta, podríamos comprometernos en cada clase a señalar un avance, elogiar una actitud positiva o mencionar una correcta intervención. El reconocimiento de cada logro, nos vuelve a todos mucho más fuertes y seguros, y nos renueva el deseo de seguir adelante.

Es sólo cuestión de intentarlo.

Liliana De Francesco

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